Yoga llegó a mi vida a los 15 años. La forma en que lo hizo me enseñó una de las lecciones más valiosas que he recibido: que las “cosas malas” que nos suceden en realidad pueden traer consigo la oportunidad de mejorar maravillosamente nuestra vida. En ese momento, recién habían robado el carro de mi familia y no teníamos la posibilidad de adquirir otro, lo que complicó nuestras actividades diarias y provocó que mi mamá, preocupada por mi seguridad, decidiera esperarme mientras yo tomaba mi clase de ballet para regresarnos a casa juntas.
Para aprovechar el tiempo, ella se inscribió a unas clases de Yoga que estaban comenzando a dar en un salón cercano a donde yo iba a ballet. Quedó maravillada con las enseñanzas, por lo que me insistió para que fuera hasta que un día, a regañadientes, acepté. Mi vida cambió para siempre.
Esta hermosa disciplina amplió mi horizonte, pues me enseñó que, con su práctica constante, es posible armonizar nuestro ser consciente con cuerpo, mente y espíritu, lo que nos da la oportunidad de vivir verdaderamente, centrándonos en nuestro presente y disfrutando cada aspecto de esta maravillosa existencia.
He practicado Yoga desde que el universo la puso en mi camino y llevo más de 10 años compartiendo lo que he aprendido. En ese tiempo, he tenido la oportunidad de certificarme como instructora de diferentes tipos de Yoga: Hatha; restaurativo; para niños, adolescentes y familias; pre y postnatal; y mamá y bebé. Con cada clase que doy y cada instrucción que recibo me enamoro más de esta disciplina. Ahora agradezco a ti y a la unidad divina la oportunidad de compartir contigo, por medio de este blog, las lecciones que me han servido en mi camino, con la esperanza de que también te sirvan a ti, porque estoy plenamente convencida de que Yoga es vivir.